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Thursday, 14 November 2019

Cartagena Festival de Música, lo bello y lo sublime

Escuetamente se señala que lo bello es ordenado, armónico y proporcionado, mientras que lo sublime es caótico, dionisiaco y transgresor. En esa dicotomía se moverá la décimo cuarta edición del Festival, que se realizará del 4 al 12 de enero de 2020.

Una obra musical nos puede afectar de diferentes maneras y casi siempre lo hace por sí misma. Es decir, no necesitamos saber cuándo, dónde, por qué o quién la escribió. Tampoco es necesario conocer las particularidades propias de la construcción musical para emocionarnos al escucharla, y el efecto que produce muchas veces tiene que ver con las experiencias de cada oyente.

Pero si indagamos en los motivos de gestación de una obra y profundizamos en su forma, con seguridad, la experiencia será más enriquecedora. Es ahí cuando nos encontramos con la historia del pensamiento, que ha marcado el curso de la historia misma de la humanidad. Todas las ediciones del Cartagena Festival de Música nos han llevado a disfrutar de distintas músicas y entender qué hay en su origen. Recordemos la importancia de la forma en el clasicismo, en el gusto por la forma o la relación de la música con el orden universal en armonía celeste y cómo esto se relacionaba con una visión de mundo que también ha formado nuestra percepción de la belleza.

En el siglo XVIII, los conceptos de lo bello y lo sublime vuelven a ser centrales en la filosofía del arte. En 1757, Edmund Burke publicó Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello y en 1764 Immanuel Kant hizo lo propio con Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime.

Escuetamente, y con diferencias, por supuesto, señalan que lo bello es ordenado, apolíneo, armónico, proporcionado y produce un placer mesurado, agradable. Aquí se inscribe el clasicismo. Lo sublime es caótico, dionisiaco, transgrede el orden y produce conmoción, éxtasis, dolor y terror. Así es la expresión en el romanticismo. Ambos sentimientos también los despierta la naturaleza.

En pintura vemos lo bello en la deliciosa naturaleza, en los serenos paisajes de Jacob Philipp Hackert y lo sublime en la inmensidad que aterra en la pintura de Caspar David Friedrich, por ejemplo, en el cuadro titulado Der Wanderer über dem Nebelmeer (El caminante sobre el mar de niebla), que tal vez sea el mismo caminante, viajero o vagabundo que aparece con frecuencia en los Lieder del compositor austriaco Franz Schubert. Es precisamente Schubert la figura clave en esta transición del clasicismo al romanticismo en el arte musical. Como Bach en el barroco, Schubert en el siglo XIX recoge la tradición anterior a él y crea una obra única que supone un punto de quiebre en la historia de la música.

Schubert nació el 31 de enero de 1797 en Viena y murió en la misma ciudad el 19 de noviembre de 1828, es decir que su vida coincide con gran parte de la vida de Beethoven (1770-1827). Su padre, maestro de escuela, esperaba que Franz siguiera sus pasos. La música en su niñez era algo que se hacía en familia y muy pronto mostró un desbordante talento que le permitió aprobar una difícil audición ante Antonio Salieri.

Ingresó entonces al coro de la Capilla Real e Imperial y obtuvo una sólida formación en la prestigiosa escuela Stadkonvikt. A los trece años empezó a componer sus primeros cuartetos y otras obras de cámara. A los 16 compuso su primera sinfonía y una ópera. A los 17 compuso el Lied Gretchen am Spinnrade (el primero de más de 600) sobre un texto de Goethe, que obtuvo un enorme éxito. En el repertorio del Lied Schubert abrió una dimensión totalmente nueva en la que poesía, voz y piano logran una conjunción profunda y sin precedentes. Igualmente, su aporte a la música de cámara, al repertorio pianístico y sinfónico marcó una nueva era en la estética musical.

Por supuesto, Schubert no surgió por generación espontánea, sino que tuvo antecedentes importantes que alimentaron lo que había en él de único. Entre ellos Haydn y Mozart, con sus perfectas construcciones y expresión elegante y profunda. Beethoven, a quien veneraba, supuso no solo un referente central, sino también un obstáculo, pues se sentía intimidado ante su grandeza.

La ópera de Rossini, con sus diferentes facetas de lo dramático, también dejó su huella en Schubert. La relación de obras específicas de estos y otros compositores con obras de Schubert es lo que marca la curaduría de los conciertos de la décimo cuarta edición del Cartagena Festival de Música, lo bello y lo sublime. Entre el 4 y el 12 de enero, la música orquestal, de cámara, así como el repertorio vocal que reúne música y poesía, nos enfrentarán a nuestras propias emociones y sentimientos, a lo bello y lo sublime que hay en cada uno de nosotros.

Fuente: https://www.elespectador.com

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